La noticia que anhelamos desde hace un tiempo, llega hoy desde Roma y resuena en nuestra patria, haciéndose eco por el mundo, el Cardenal Eduardo Francisco Pironio, será proclamado beato el 16 de diciembre de este año, en Luján, a los pies de su Virgencita amada, donde descansan sus restos desde 1998, año de su fallecimiento, tal como pidiera en su testamento.
Aquello que, en nuestro corazón ya intuíamos, es confirmado oficialmente y será, en poco tiempo más, inscripto en el libro de los Santos para irradiar testimonio de esperanza e invitarnos, una vez más a abrazar “nuestra hora” con serena alegría y fidelidad a la Iglesia, a la que amó profundamente.
El padre Eduardo nació el 3 de diciembre de 1920, en la ciudad de Nueve de Julio, fue el hijo veintidós de Giuseppe Pironio y Enrica Rosa. Su fe creció en la familia, la parroquia y a los11 años, como era costumbre en aquellas épocas, ingresó al Seminario San José de La Plata, Arquidiócesis a la que volvería muchos años después como Obispo auxiliar (1964). Mons. Eduardo fue un hombre “universal”, Cardenal obispo de la Iglesia católica, sexto argentino agregado al Colegio cardenalicio, y el primer latinoamericano que desempeñó un cargo en la Curia Romana al momento de su creación cardenalicia.
El lema episcopal que eligió para sellar su vocación de pastor expresó de su propia vida “Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria” (Colosenses 1:27) testimoniando en él, su fe inquebrantable en Jesús, en la experiencia de la
cruz y la esperanza en Cristo Resucitado que marcó su vida y su generosa entrega.
Eduardo Francisco Pironio fue un hombre de esperanza, en tiempos difíciles de la historia. Conoció la persecución, la amenaza y sufrió con dolor la desaparición de personas en su entorno cercano. La incomprensión ante su postura fue de adentro y de afuera, acusándolo injustamente. Como hombre de fe firme y de esperanza activa se confió a Dios y en medio de aquellas jornadas oscuras realizó un llamando a la reconciliación en la Semana Santa de 1975 celebrada en la Catedral de Mar del Plata, antes de ser, casi repentinamente, convocado a Roma por San Pablo VI que lo designó Pro prefecto de la Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares durante nueve años.
La vida del Cardenal fue fecunda. No se cansaba de repetir sobre la necesidad de una Iglesia pobre, liberadora, una Iglesia de la esperanza. Una Iglesia misterio de comunión misionera, pascual, profética, sacramento de unidad para el mundo. Una Iglesia que, en cada uno de sus hijos e hijas, testimoniara que, cuando todo se quiebra, hay que anunciar y obrar la esperanza cristiana, que es activa y exige paciencia, recordándonos que Dios, no falla porque es siempre fiel.
Fue un pastor amigo, acompañante, promotor de la vocación bautismal de todos y en especial de los varones y mujeres que vivimos nuestra fe en la vida social, familiar, profesional, laboral. Sabio animador del compromiso
juvenil, en su atenta escucha de las búsquedas de los chicos y chicas, que aun hoy, tienen su cita de encuentro en las Jornadas Mundiales de la Juventud que supo inspirar.
Como asesor general de la Acción Católica Argentina su palabra oportuna formó la conciencia laical para una presencia decidida en el mundo y en su cotidianidad para irradiar la Buena Noticia en los compromisos propios del creyente.
Forjó la sinodalidad y el compromiso siempre “en salida” para vivir la audacia y profecía del Espíritu compartiendo el sufrimiento y las alegrías de los hermanos y hermanas, leyendo en cada acontecimiento los signos de los tiempos.
Ante la invitación contundente del Papa Francisco para toda la iglesia a “caminar juntos”, a dialogar y escuchar, ante las sombras de un mundo cerrado, que por momentos parece acercarse a puntos de quiebre, la figura del Cardenal se agiganta y nos sonríe, casi como si nos guiñara un ojo, recordándonos su predica incansable a no sucumbir al desaliento, a que las crisis no nos asusten, a que las tensiones no nos desequilibren y a que los riesgos no nos paralicen confiando que el Espíritu, viene a nosotros para impulsarnos a construir puentes fraternos, signo de la comunión misionera para servir a la transformación de lo temporal siendo fermento y alma para el mundo.
¡Alabado ha sido Jesucristo en tu vida, Padre Eduardo! Con María de Luján, la Virgen de la Esperanza, de la Reconciliación y del Camino, hoy decimos ¡Magníficat! Porque las generaciones celebraran tu bienaventuranza.
Claudia Carbajal
Presidenta
Palabras de Beatriz Buzzetti Thomson
Compartimos el emotivo mensaje de nuestra querida Bea, expresidenta de ACA y vicepostuladora de la causa de beatificación del Card. Eduardo Francisco Pironio en su etapa diocesana: